martes, 31 de mayo de 2011

Crónica del adiós a Juan Tresguerres

Con un día plúmbeo, lluvioso y desapacible despedimos a Juan. La verdad es que la climatología iba muy de acuerdo con los sentimientos de pena y frustración.
La iglesia llena para recibir a un fraile ejemplar y genuíno, acompañándole en un silencio abrumador, rasgado tan solo por el lamento de la Partita en re menos de Juan Sebastián Bach, interpretada maravillosamente por Elena.
Minutos de espera, de encuentro, de rostros y manos saludándose entre pesadumbrados comentarios de tristeza.
Comenzó la eucaristía con un saludo de Jose Antonio, el Prior, un hombre afable y bueno que no sé cómo lo hace, pero sabe dar a los encuentros ese toque de calor humano que rompe distancias y fronteras mentales. El prior leyó un somero curriculum de Tresguerres (somero pero de varias páginas...) y ya todos nos centramos en nuestra misión: encomendar su alma a Dios.
Lectura, antífona del salmo, Evangelio, Homilía. Homilía bien hecha, bien escrita, bien preparada, (siéndo de un dominico ésto es redundancia) que ahondaba en las virtudes humanas, humanísticas y religiosas de Juan. Simplemente pulquérrima.
Mientras el Provincial hablaba, intenté fijarme en las personas que llenaban la nada pequeña iglesia de santo Domingo. La media de edad era sorprendentemente baja. Jóvenes de treinta y tantos, cuarenta, cincuenta... para despedir a un hombre de setenta. Caras serias y dolientes, algunas incluso con los ojos cargados, signo inconfundible de lealtad indeleble al maestro. Luego ya no van los alumnos, sino los amigos: gente de aquí y de allá; apellidos compuestos y apellidos de lo más vulgar: arqueólogos, médicos, músicos, curas... una mezcla que manifiesta con atrevimiento la personalidad tan rica como poliédrica de este buen fraile. Según hacía este repaso mental de rostros y nombres, recordé a Don Alfredo, su funeral con una catedral abarrotada de gente de toda condición y edad, abundando también la gente joven.
Perdonad, no quiero que un posible lector piense que los adultos no merezcan la pena, en absoluto. Mi reflexión va más allá: en un ambiente tan hostil a la religión y a lo religioso (en muchas ocasiones ganado a pulso), con una juventud tantas veces denostada, la presencia juvenil se convierte en termómetro de una vida -la de Tresguerres- y de una labor docente.
Me sacó de mis pensamientos una frase del Provincial: "Fray Juan fue un gran dominico". Y todo cobró de nuevo sentido más pleno, como si fuese bajando peldaños en la escalera de la gnosis: esa pléyade de personas estabamos ahí porque su vida y su quehacer -marcado por el Doctor Angélico- han hecho de él álguien digno de ser amado y por tanto, respetado.
Miro en mi interior, y me pregunto si el día de mi funeral habrá quien me acompañe, si seré capaz de arrancar de los corazones y los labios de mis feligreses una oración tan sentida o una muestra de lealtad tan clarividente... sólo una vida bien vivida con autenticidad da estos frutos vistos hoy.
La misa continuó en su ritmo habitual. Todo bien, hasta el final, en el que los hermanos dominicos (en un numero cercano a los 80) entonaron la Salve en tono solemne y una antífona que encomendaba a fray Juan en los brazos de santo Tomás. Joer, qué precioso. Era como la despedida de los de casa; vale que todos los presentes estaban unidos por sus sebntimientos hacia Juan, pero este canto era la despedida de los que fueron en estas décadas sus compañeros de camino, de estudios, de vida. Broche de oro a un funeral tan sencillo como solemne, tan austero como familiar y cercano.
Fray Juan Antonio Fernández Tresguerres, descansa en paz.

2 comentarios:

  1. el joer, sobra, en mi humilde opinión. Lo demás muy bien, se agradece.

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  2. Muy bueno Gas. Emocionante y sincero. Últimamente estás que te sales. Me alegra que vayas tomándote cada vez más en serio esto del blog. Nos vemos este fin de semana.

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